Siempre en abril

Me gusta pronunciar la palabra abril porque me hace mimos en los labios, me suena a canto de pájaro recién nacido, a fuentes en la sierra que borbotean, a plantas incorporándose

También me gusta abril porque al llegar toda esta luz llega también el encuentro con lo que sigue y la muerte de lo que se va

Los ciclos de la naturaleza, desde el menstrual a las estaciones, me ayudan a aceptar con menos resistencia el cambio.

Esta es la última primavera de mi veintena.

A veces me veo parada con los ojos llorosos, medio asustada, mirando la vida y el mundo atropellarse delante de mí, a la luz de una pantalla gigante iluminándome la cara.

La ciclicidad me ayuda a aceptar las pequeñas muertes y las nuevas vidas que se superponen en esa pantalla.

La primavera me ayuda a bajar las manos a la tierra húmeda y templada y agradecer lo que hoy tengo, y traer amor a las personas y a los animales que me acompañan.

Me ayuda a ver a través de los años y las décadas a otras personas viviendo en esta tierra y en la mía que olieron las mismas flores que yo huelo, pensaron lo mismo que yo pienso, y sufrieron.

Esta primavera me está ayudando a mirar el pasado, a volver a la memoria para comprender aún más profundamente el presente.

Para hacer algo, con esta garganta y estas manos, hacer algo.

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De Ana Apausa Veneros

Este espacio resiste al tiempo y a los lugares. Es un espacio abierto de poesía y reflexiones es el retrato impresionista, a pinceladas certeras pero caóticas, de una mujer, de una adolescente y de una niña. Hija de sus tiempos, de sus privilegios y opresiones, de su contexto y de su personalidad, hija de su suerte y de su desgracia, de la amistad y de la herida, de sus amores y de sus desamores, de la alegría y de la depresión, de la muerte y de la vida, de la luz y la oscuridad, de pueblos y de barrios habitados, del arte y de la política, de su madre y de su padre. Pero hija sobre todo, de todo lo que hay en medio de cada dos de esas palabras.

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