No nos podemos morir si hay niños a bordo

¿Qué tenemos en común Behrouz Boochani y yo?

Boochani es un periodista, escritor, intelectual y productor cinematrográfico kurdoiraní. También es una persona refugiada, y ha cruzado dos continentes para ejercer su derecho a vivir en paz. Pero Boochani no es famoso por nada de lo que acabo de mencionar. Behrouz Boochani es famoso por haber escrito un libro por WhatsApp a su editor desde el centro de detención de inmigrantes de la Isla de Manús o como él lo llama, sin eufemismos, la prisión. En esta prisión gestionada por el gobierno australiano permanecería desde 2013 hasta 2019.

Pero este no es un texto para alabar el magnífico trabajo de Boochani, aunque bien podría serlo, es un texto que nace de la reflexión sobre algo muy grande que tenemos en común y algo muy grande que no tenemos en común.  

Yo tengo miedo a volar, mucho miedo a volar. Tanto miedo a volar que he desarrollado un sinfín de premoniciones sin sentido sobre el vuelo en cuestión que vaya a coger, que me ayudan a soportar las horas interminables que pase en la nave. Una de ellas es para mí una certeza: el avión no se va a caer siempre que haya al menos una niña o un niño a bordo. Sería demasiado cruel. Sé que los niños mueren en todo tipo de circunstancias, pero hay una especie de instinto providencial que me calma en este pensamiento: no, no podría ser. Si hay un niño estamos a salvo.

Lo mismo pensó Behrouz Boochani momentos antes de montar en una precaria embarcación en Tailandia, acompañado de varias familias, de hombres, mujeres y niños rumbo a Australia. Cuando le asalta la ansiedad y se pregunta si está yendo hacia una muerte segura se contesta con las siguientes palabras: “No, / seguro que no, mientras lleven niños. / ¿Cómo es posible? / ¿Cómo podríamos ahogarnos en el mar?” y continúa: “Pienso en otros barcos que en los últimos tiempos han bajado hasta las profundidades del mar. Mi ansiedad aumenta / ¿No llevaban estos barcos niños pequeños también? / ¿No eran las personas que se ahogaron iguales que yo?”  

Hay un paralelismo cruel entre estas dos imágenes aisladas, dos personas con mucho miedo, que se intentan convencer de que la muerte no les acecha basándose en un argumento tan puro y tan inocente como que la infancia no merece morir y el destino, el mundo, las deidades diversas, no lo permitirían. Pero lo cruel no es eso, lo realmente cruel es que la muerte a mí no me acechaba, ni probablemente me aceche jamás cuando coja un vuelo pero a Behrouz Boochani sí, y al resto de pasajeros de las pateras y cayucos del mundo también.

Ya habéis leído lo que Boochani y yo tenemos en común, y he mencionado levemente lo que no. Pero quiero ponerlo en palabras: lo que Behrouz Boochani y yo no tenemos en común es mi privilegio. No entiendo el privilegio como algo que asumir con culpa, pues desde la culpa no considero que se cambie de forma constructiva, pero es algo que asumir con responsabilidad y consciencia.

Cada día, cada hora, a cada momento personas como Boochani mueren intentando llegar a un lugar seguro en el que vivir con dignidad. Desde el año 2014, 24629 personas migrantes han desaparecido en el Mar Mediterráneo y 17000 han sido confirmadas muertas (datos del Proyecto Migrantes Desaparecidos). Las cifras de muertes y desapariciones en las rutas migratorias hacia Australia están muchísimo más difusas, diversas oenegés hablan de miles, mientras el gobierno habla de decenas.

La libertad de movimiento es un privilegio, no es un derecho universal, aunque debiera serlo. Si tienes un pasaporte por el simple hecho de haber nacido donde has nacido (no importa en qué país) con el que puedes coger un avión y cruzar fronteras tienes privilegio por encima de millones de personas. Lee otra vez estas tres palabras: millones de personas. Al menos lo has tenido sobre 27,3 millones de personas refugiadas (cifra oficial de UNHCR a mediados de 2021). Esa cifra posiblemente se pueda multiplicar al menos por tres y llegar a una estimación más certera para incluir a los millones de personas solicitantes de asilo a las que aún no se les ha concedido.

Me pregunto cuántas de ellas pensaron lo mismo que Boochani y que yo antes de embarcar en sus respectivos barcos. Me pregunto cuántas de estas personas vieron ahogarse a los niños y las niñas que iban con ellas y me pregunto cuántas vivieron para contarlo, y si vivieron para contarlo quién las escuchó.  

Pidamos con responsabilidad y consciencia el fin del cementerio humano en el que se ha convertido el Mar Mediterráneo, pidamos el derecho a una migración y un refugio digno en todos los territorios. #SafePassage

Ni Bodas Ni Sangre

Homenaje a Federico García Lorca
Tengo una espiga de trigo atravesada en el corazón
entre dos ventrículos que siguen bombeando
heridos como están.

Tengo un cuchillo de sal guardadito en la tráquea,
su punta me pincha el estómago cada vez que respiro
y mi pecho se hincha.

Tengo un reloj de arena incrustado entre los ojos.
El siseo de su caída me retumba dentro del cráneo.

Tengo una pecera de sangre negra sobre el sexo,
que se mece amenazando derramarse
y llenar mi cama de muerte oscura.

Que yo no tengo la culpa, que la culpa es de la sierra
y de este olor a tierra mojada, y de este verano sin cadenas.

Que yo no tengo la culpa, que la culpa es de la lluvia,
de esta tarde de otoño temprano, de estas mantas ¡que me cubran!
Que me cubran con tres mantas, cada una por una pena,
Una por ti, una por mí y una grande por la siembra
que se empieza a pudrir en mi pecho
antes de que la recogieran

Que yo no tengo la culpa, que la culpa es de la sierra,
de estos pinares que nos parieron
y de vernos sin barreras

Que yo no tengo la culpa, que la culpa es de tus dedos
que me atraviesan por dentro
antes de que por ti sintiera
esta siembra prematura,
esta pena de verbena,
estos ojos de niña ausente,
con estas pestañas de tela.

Que yo no tengo la culpa, que la culpa es de la sierra
que te ha traído conmigo y después de mí te lleva

El verano se está muriendo en el filo de la piedra.
Y yo de ti me despido, y pronto de esta pena.
Que por ser pena chiquita no es menos pena.
Por que tu olor no me acompañe
cuando me vaya de la sierra.