Una multitud de silencio camina poco a poco
como si los pies les pesaran de tanto esperar
una empatía que nunca llega.
Una empatía enterrada entre los restos
de sus vidas, entre los restos de lo que un día fue rutina y nunca más lo será.
Las horas pasan despacio cuando buscas refugio en un mundo indiferente.
Las quemaduras en los brazos y debajo del mentón son para elles tan normales como un lunar en nuestras caras blancas.
Las manos pequeñitas y heladas.
Piel de acero, piel de cuero, piel de guerra, tobillos de niño.
Canas prematuras. Surcos agrarios en sus cuencas.
El fantasma del insomnio deja su rastro de rastrillo y de azada bajo sus pupilas morenas.
Pupilas morenas de abismo
absimo al que me enfrento cuando les miro de cerca y…
me sonríen.
Elles me sonríen con sus pies cansados,
con sus mochilas y sus abrigos.
Me sonríen con sus dientes de carbón, con sus kilómetros y sus llantos.
Me ofrecen su mano,
me sonríen, pues, con sus manos de carga.
Sus manos de niñxs que maduran a golpes,
sus manos de amigxs.
Sus manos que un día albergaban tizas y enseñaban en la universidad.
Sus manos que portan al séptimo bebé, sus manos de cigarro y café que alimentan un olvido silencioso un olvido que no se olvida.
Me sonríen con sus oídos codificados en una lengua lejana fuerte, dura y alegre.
Sus oídos de bomba y de sirenas
sus oídos
de amor
también.
Me sonríen con sus pasos guardados en zapatos sedimentados por cientos de tierras.
Tierras extrañas y caóticas, que no son hogar
pero lo intentan.
Me sonríen con su tiempo y nosotres con el tiempo nuestro.
Nuestro tiempo de corazón, pero de privilegio.
Porque nuestros pies saben y pueden regresar a casa sin fontera, sin valla, sin Mediterráneo, sin concertina, sin gas lacrimógeno, sin golpe, sin violencia.
Nos ofrecen sus ojos de abismo y mar,
sus ojos de abismo oscuro
que sonríen desde el fondo de un pasado áspero
del que tanto elles como nosotres nos querríamos olvidar.
Nota final:
Y no podemos, así que construimos sobre tierra quebrada, (porque aquí siempre amenaza tormenta) y desaprendemos juntes y aprendemos raspándonos la piel con el aslfalto. Y nuestras heridas superficiales son infantiles al lado de sus cortes profundos.
Y elles nos preguntan sonriendo si ya se nos han curado.