Al des-nombrado

Tranquila, parada, en un susurro le contaría despacio al mundo que se me ha olvidado querer, y a ti te susurraría que ojalá pudiera recordarlo contigo.

«¡Si me llamaras!» como decía Pedro Salinas, «lo dejaría todo, todo lo tiraría. Tú, que no eres mi amor ¡si me llamaras!»

Tú, presencia cambiante, silueta lejana. Andas por ahí con los ojos entornados y un amanecer en la boca sin darte cuenta de lo cerca que estás del abismo de mis pupilas. Tú, que nunca has sido nada para mí.

Ni siquiera recuerdo tu voz y tu nombre se me confunde con otros. Pero de tus ojos no me olvido, los distingo en cualquier bar. No sé nada de ti, solo que sueles andar con una continuación instrumental de tu espalda con funda negra y que al tocarla siempre mueves el pie derecho. Ignoro si llevas o no barba, en cambio recuerdo tu risa como si te estuviese oyendo, es una cascada viva e increíble que me hace sonreír.

Tus ojos son de los que atraviesan un poco más allá de la retina, el iris y la pupila, siglos más allá. Tú, el des-nombrado, el anónimo, la erre chirriante, la presencia fugaz, ojalá no cambiases de cara cada semana.

Ojalá me llamaras, ojalá fueras tú. Ojalá te cayeras en el vacío de mis ojos y yo los cerrara. Ojalá mi vacío se llenara con los pájaros anónimos de tu risa.

Ojalá que algún día me acordara de tu voz y de tu nombre.

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De Ana Apausa Veneros

Este espacio resiste al tiempo y a los lugares. Es un espacio abierto de poesía y reflexiones es el retrato impresionista, a pinceladas certeras pero caóticas, de una mujer, de una adolescente y de una niña. Hija de sus tiempos, de sus privilegios y opresiones, de su contexto y de su personalidad, hija de su suerte y de su desgracia, de la amistad y de la herida, de sus amores y de sus desamores, de la alegría y de la depresión, de la muerte y de la vida, de la luz y la oscuridad, de pueblos y de barrios habitados, del arte y de la política, de su madre y de su padre. Pero hija sobre todo, de todo lo que hay en medio de cada dos de esas palabras.

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