Un día sin tiempo

Vamos a hacer un paréntesis en el tiempo, y vivir un día sin él

Las miradas que se quedan tras tu figura en la acera, las caricias de otros en mi cuello

«Los amores cobardes no llegan a amores ni a historias, se quedan allí»

Vamos a olvidarnos del amor cobarde y mañana no recordaremos nada

Me pondré los zapatos y me iré a la facultad como un día cualquiera

Pero las paredes no se olvidan de tu nombre, ni de mi cara

Y yo sí, y tú también, tú te olvidas, nos olvidamos

Vamos a vivir el día sin tiempo que necesito

Un día en el que la metáfora deje de ser una simple palabra

y tus ojos se fundan con los míos en una espiral eterna, más eterna sin nosotros

eterna por un día, por un segundo en la eternidad cruel del mundo

Que mi cintura sea el valle más pronunciado de tu realidad

Que el mar que te cuelga de las pestañas sea las vistas desde la ventana de mi habitación

Que el suelo no exista y nosotros volemos

Tus pasos en el pasillo suenen como tambores indios y nos transporten a la selva más salvaje y pura de la tierra

Que la puerta se cierre en los oídos y no en el corazón

Que la luna atraviese el techo y nos deslumbre a plena luz del día

Que tu boca no se cierre nunca, sólo durante un día

Que yo llore y mis lágrimas sean cascadas alegres y poderosas que te hagan reír

Que me tropiece y caiga en blando y me olvide de ti y de mí y sólo mire a la luna

Y la ingravidez sea el estado natural de las cosas, y mi mente rebose de tantas emociones

Y me duerma sola en la selva, flotando, con la luz de la luna en los párpados

Y me despierte en un día con tiempo, con ganas de todo, me ponga los zapatos

Y salga por la puerta de una eternidad compartida contigo que acaba de terminar.

No saber sin quién está triste Venecia

Creo que lo mejor es enamorarse de un ideal. Quién te dice que es menos real que las personas que ves por la calle. Quizás a veces lo que hacemos al estar con una persona es crear una especie de imagen mental de ella, a la que atribuir ideas y canciones y poemas que ella nunca escuchó, que ella nunca recitó.
A veces, las veces que estoy sola, no me importa estarlo, lo que más me cuesta es no tener en quién pensar cuando escucho música, que mi “tú” de las canciones no tenga una cara a la que aplicarle los versos, o no imaginarme a mí siendo el “tú” de los labios de alguien. Esas secuencias hipotéticas en un cadillac solitario, sin saber a qué barrio mirar, o no saber la sonrisa de quién me convence para darle la vuelta al mundo, o no saber sin quién está triste Venecia, o que nadie me susurre que el viento sólo sangra cuando llevo el pelo recogido o cuando no me pongo falda, no saber en qué cama soñé que me metía en un festival de invierno, no saber quién se ha quedado con mis ganas de vivir, con mis ganas de sentir, con mis ganas de soñar.
Sí, definitivamente lo que más me cuesta de no estar con alguien es no tener ese ideal de falso poeta que me canta con una voz diferente a la suya.
Definitivamente lo que más me cuesta de no estar con alguien es el tiempo en el que, al margen de estarlo, estaría yo sola, sola con mi música, mis poetas, mis voces roncas, mis guitarras.
En definitiva, quizás la solución a todo esto sea enamorarse de un ideal invicto ante todos los demás pasajeros, un ideal libre del todo y libre de todo. Poner en sus labios los versos de otros. Puede ser que sea la solución a la desilusión de no encontrarlo caminando por la calle.

Ana

Conexiones

Mis ojos son acosados por una espiral de lágrimas, una fuerza sobrenatural frunce mi ceño y una batería completa retumba en mi pecho. Mientras, yo, tan frágil, volátil e inocente no puedo hacer otra cosa que tambalearme al ritmo de la poesía más básica y pura. «Soledad de amores y locura». Es algo tan profundo y enigmático que una voz me grita por dentro «¡Ahí tienes tu respuesta! ¡Es por esto por lo que vive el ser humano! ¡Es por esto por lo que merece la pena nuestra especie!»
Sea posible, quizás, que una red invisible una los espíritus indomables y que estos, inconscientes, solo se den cuenta al escuchar a sus hermanos hechos canción. Puede ser que por eso, al oír las voces quebradas de los poetas de la tierra creamos encontrar esa parte de nosotros mismos que un día perdimos o que, quizás, no habíamos encontrado aún.

Melancolía

Una vez melancolía dejó de ser un sentimiento y se convirtió en una población. Una población que, por cierto, hacía digno honor a su nombre. Parecía, casi, que, por no ofender a tan trascendental vocablo, de lo que significaba hicieron su dogma. Pero los melancolenses no eran melancólicos. El honor al nombre recaía en las espaldas de cada visitante. Sus fugaces estancias en el pueblo les acababan costando una huida estrepitosa con los ojos empapados y un suspiro ensordecedor en el pecho, al salir, lloraban desconsolados porque ya tenían un poco menos de fe en la humanidad.

Melancolía era un lugar gélido, custodiado por colosales montañas sin nombre que contemplaban, silenciosas, la letanía vital de los que allí crecían y morían.
En Melancolía el invierno era eterno. A veces alguien se aventuraba a hablar de que hubo tiempos, en que durante uno o dos días se vislumbró la primavera. Nadie jamás lo escuchaba, las ideas de los habitantes de esta minúscula población estaban tan congeladas, tan frías, como la estación perpetua que les acompañaba.
El pueblo estaba bordeado por una capa de hielo enorme sobre la cual los melancolenses patinaban en sus ratos de ocio. Nunca nadie pensaba en las aguas inquietas que rebosaban vida bajo la superficie.
Ellos siempre, siempre se quedaban en la superficie. Los pocos que se aventuraron a romper la antipática capa de hielo jamás regresaron.

Había días en que el viento atravesaba feroz las cumbres, silbando amenazante al rozar la roca se perdía en torbellinos que descendían a la tierra para desordenar veloces los rizos de alguna muchacha. Ella, metódicamente, volvía a ponerlos en su lugar y entonces pensaba. Creyendo haber vislumbrado un asomo de rebeldía en su inocente e ingenua cabecita, lo apartaba de un manotazo y volvía a su monótono presente. En Melancolía no había lugar para la rebeldía.
Cuando un bebé nacía miraba atento los rostros de quienes le rodeaban, esperanzado, comenzaba su vida. Para un segundo después llorar desconsoladamente por el dolor que en su tierna espaldita habían producido los tajos firmes y traicioneros de haberle cortado las alas. En Melancolía no había lugar para la gente con alas.

Te quiero porque sola sí comprendo la vida

Creo que te quiero porque he decidido quererte
Creo que te quiero porque…
Ojalá pudiera volver a decir “te quiero porque te necesito, porque no soy nada sin ti, porque eres mi vida, porque en el mundo solo estamos tú y yo…”
Pero no es así, ya no. Y mentiría si lo dijera. Te quiero porque no te necesito, porque si tú no estás sigo siendo yo y soy la tierra, las nubes, las montañas, el cielo, mis sueños y mi libertad. Te quiero porque no eres mi vida, porque mi vida son cientos de sonrisas, de abrazos, de vivencias, de cientos de ojos que no son los tuyos. Te quiero porque en el mundo no solo estamos tú y yo. Porque he decidido quererte, porque este día, este mes y este año no imagino a nadie mejor que tú para que esté a mi lado. Porque eres mi compañero pero nunca nadie volverá a ser mi vida. Te quiero porque soy libre y me llena la idea de una libertad compartida contigo.
Y quizás… también porque yo no quería enamorarme pero tus ojos no me lo han puesto nada fácil.
Porque si te vas no me quedo en ninguna calle sin salida, porque sola sí comprendo la vida. Porque no dependo de ti y el amor sin dependencia es amor de verdad. No estoy contigo porque lo necesito, estoy contigo porque siendo yo un pájaro libre que sólo quería al viento has conseguido que también a ti te quiera.